Cuando alguien más gana, tenemos la humildad de celebrar el triunfo, aunque no sea nuestro… o seremos envidiosos, renuentes o solo complaceremos desde lo externo pero no hay el gozo interno.
Cuando la furia callejera hace que alguien nos grite con una arrogancia de ira, recordamos la humildad y nos mantenemos en silencio y en calma… o nos enojamos, frustramos e indignamos.
Cuando alguien se atribuye el mérito de nuestra idea o proyecto, la humildad nos ayuda a recordar que lo importante es que sucedió, no quién lo hizo… o nos sentimos estafados y engañados.
Practicamos la humildad, comprendiendo que los demás no son menos importantes que nosotros y que el logro genuino no necesita alabanza ni aclamación para hacerlo merecedor… o nos pasaremos la vida buscando aprobación, o corriendo tras los aplausos o nunca nos sentiremos apreciados.
Y cuando no confundimos la humildad con la sumisión, y conocemos nuestro propio valor sin la aclamación de los demás, y cuando podemos estar genuinamente felices con el éxito de otro… entonces entendemos el verdadero significado de la humildad.
Nos movemos por la vida con humildad y eso hace que la vida sea algo grato y fácil.
HOY, desafíate a ti mismo. Encuentra a alguien cuyo éxito hayas envidiado y trabaja mentalmente para ser verdaderamente feliz por él. Para desafiarte aún más, ayuda a alguien compartiendo una idea que no hayas usado tú mismo.
Practica la humildad… con gracia y facilidad.