Me acuerdo que los días más difíciles de mi vida eran durante el último año de colegio.
Todo el mundo te preguntaba: “¿Qué quieres estudiar en la universidad?” o “¿Qué trabajo quieres conseguir cuando te gradúes?”. Como la mayoría de mis amigos, yo tenia muy poca idea de que quería hacer por el resto de mi vida. Por una parte, mis padres me decían que debía escoger una ruta “segura”. Que debería estudiar algo como ingeniería o finanzas o administración de empresas. Algo ambiguo que me daría la mayor posibilidad de conseguir algún empleo en mi área de estudio. Y lo hice. Estudié algo seguro y trabajé por mucho tiempo en un instituto ‘seguro y estable’. De repente, sentada al frente de mi computador tuve una realización. Miré a mi alrededor y una voz interior me dijo, de una forma muy despreocupada: “Cualquier persona podría estar haciendo el trabajo que tú haces. Hasta un robot te podría reemplazar.” Nunca lo había pensado antes. Antes de esta realización ni siquiera sabia que buscaba el reconocimiento por el trabajo que hacía. Esto me llevó a hacerme una pregunta muy importante, una pregunta que aún hasta hoy en día me hago. Una pregunta que define todas mis interacciones. Me pregunté: ¿Si lo que hago es remplazable, entonces, que es algo que solo yo puedo aportar a este [trabajo, situación, persona]? En el caso de ese trabajo, me di cuenta que nadie en la oficina tenía la misma alegría que yo. Decidí compartir mi alegría con todos. Lo esparcía alrededor de la oficina como si fuera mi trabajo verdadero. De repente y sin darme cuenta, me volví una persona indispensable para la empresa. Cuando me fui, muchos de mis colegas lloraron. Esto me enseñó una lección muy valiosa. La lección fue que:
Aunque no somos lo que hacemos, podemos poner quienes somos en todo lo que hacemos.
No importa cual sea el trabajo que haces, por mas insignificante que aparezca, si amamos quienes somos, vamos a inyectar nuestra esencia en ella. Y así, sin querer, puedes amar lo que haces también.
Todos nosotros tenemos nuestros roles, nuestros papeles que nos toca interpretar. ¿Cómo hacerlo con autenticidad, con amor, incluso cuando no queremos?
Encontrando la verdad de quienes somos. Nuestra esencia. Y solo siendo quienes somos, podemos transformar nuestros ambientes, trabajos, rutinas, relaciones, casas y pequeños mundos.
La práctica de esta semana incluye:
Hacer algo que siempre haces. Algo en el trabajo o la casa o el colegio. Algo tan simple, como lavar los platos o participar en una reunión. Pero hacerlo con la intención de incluir algo propio tuyo. Algo único que solo tu puedes incorporar en ese momento, tu esencia. Imagínate una comida cocinada con amor, una presentación hecha con entusiasmo. Al final de la semana, observa si sentiste alguna diferencia en ti o los demás haciendo las tareas. Observa la transformación.
Ideas compartidas por Dolly Mahtani de 30 años. Dolly es Poeta y vive en Santiago, Chile